Blog de jowalech2009: Impresionante Historia de Amor.
"Mary Lou"
“
Hopeless Town” era un lugar sórdido.
Un pueblo fantasmal que no nació junto a una vía de ferrocarril o una autopista. No creció al impulso del comercio o de las fábricas; de hecho, carece de ellas. Por el contrario, emerge aislado en medio del desierto. Llegar no es fácil, no figura
en mapas ni en guías turísticas. Pocos saben sobre él, nadie vive allí, sin embargo, cientos y miles lo visitan a diario.
Sus calles, sucias, están atestadas de borrachos; tambaleantes unos, meados y vomitados otros; putas que caminan provocativas buscando clientes y entreparan junto a uno de
aquellos infelices para dejarse manosear mientras le quitan la billetera; vendedores de buenos momentos, en su mayoría niños, prometiendo
el éxtasis total con sexo incluido; compradores de esos momentos, buscando alivio algunos, con el extravío interior pintado en el rostro después de alcanzar el bienestar, otros; y, los más, pasado el efímero placer, tratando de procurarse el siguiente.
Todos concretan lo suyo allí mismo, en la calle,
sin policías ni curas que los repriman, sin pudores, llevados por el instinto. Ninguno de ellos sabe que apenas arañan algo de lo mucho que brinda su negocio. La mayor parte, y lo mejor, queda en las manos de unos pocos privilegiados, y de entre ellos, uno, Joe “Unnamed” Parrilla.
Para todos, no es más que uno de los poderosos del lugar.
Su pub, a diferencia del resto, no tiene luminosos de neón, ni rejas en las ventanas, ni gorilas en la puerta. Puertorriqueño de nacimiento, se integró muy joven a la Infantería de Marina de los EE.UU. gracias a lo cual viajó por casi toda Centroamérica. Casi. Del único viaje que no hizo y espera algún día poder hacer, surgió el nombre de su local: “Cochinos”.
Muy bruto y profundamente occidental y cristiano, demostró condiciones innatas para extraer información de la gente... Y en eso se especializó, en tortura. Claro, ya no es el corpulento sargento de otrora, semeja más un cerdo que un héroe, pero uno no puede confiarse, tras esa apariencia porcina se oculta el amo de esta villa, propietario de todos los bares, de todo el alcohol que en ellos se consume, de las putas y niños que merodean, y de las drogas que circulan.
La ciudad más próxima a “Hopeless Town” es “Richville”. Una sucesión de lujosos rascacielos de vidrio y acero. Lugar elegido por empresas de todas las ramas de la producción y el comercio para establecer su casa matriz o, en el peor de los casos, su sucursal más importante. Tan pujante y brillante, se había constituido en el paraíso de los yuppies y nuevos ricos. Stéfano era uno de ellos. Joven y audaz empresario, muy inteligente, se convirtió rápidamente en un punto de referencia para cualquier inversor.
Pero había otro Stéfano, uno miserable y oscuro, que desde años atrás buscaba desesperado un sentido a su vida, que hasta ahora no había vivido, sino, interpretado. Dejando siempre satisfechos a los demás sin lograr su propia satisfacción, su felicidad. Atravesó sus casi cuarenta años dudando...
Manejaba su auto último modelo en dirección a su trabajo. Vestía un impecable traje de alpaca verde seco, con camisa de seda color mostaza, y, corbata y zapatos negros de finísima terminación. A pesar de su edad, presentaba cabellos y barba entrecanos.
Se detuvo frente a uno de aquellos
imponentes edificios. Momentos después, solo en su oficina, se sirvió un coñac mientras sobre el vidrio espejado de su escritorio desplegaba con habilidad, dos líneas de cocaína. Aspiró profundamente hasta que sintió llorar sus ojos, entonces opacos y sin vida...
Ya brillantes los posó en el retrato de mujer que lo observaba desde la pared. Su cara se iluminó.
La mujer de sus sueños, la que tanto había buscado, dudando. Aquellos ojos negros, profundos, invitantes; la piel mate, lisa y suave; el pelo azabache, muy largo y lacio... Y su olor, el olor de su cuerpo, de su sexo...
La primera vez dudó sinceramente, pero su dulzura quebró todas sus resistencias. La segunda y las siguientes dudó por juego, por seducción, y fue notablemente recompensado. No dudó nunca más... Había alcanzado la felicidad...
La primera vez que visitó “Hopeless Town”, Stéfano sintió asco, repulsión. Acostumbrado a los restaurantes y pubs más finos, a las mujeres y hombres de la mejor posición social, logró a duras penas sortear aquél decadente paisaje de las calles hasta llegar al “Cochinos”. Venía aconsejado por un amigo conocedor de su insatisfacción, atraído por la promesa de emociones fuertes y por la extraordinaria voz de la cantante...
Aún asqueado bebía coñac, en una mesa junto al escenario, cuando salió al escenario. A medida que se sucedían las canciones no lo podía creer. Aquella mujer no sólo cantaba muy bien, sino que además tenía un cuerpo fabuloso, sensual, más deseable que el de ninguna otra que recordara.
No pudo dejar de ir. Todas las noches, en la misma mesa, admiraba aquella voz, aquél cuerpo. Primero le envió flores. Después flores y bombones, y, por último, con las flores y los bombones, notas románticas que noche a noche se convertían en afiebradas, pasionales... Su atracción le resultaba irresistible.
Mary Lou Modine era la estrella de “Cochinos”. Cantante de espléndida voz y no menos magnífico cuerpo, era el sueño de todo hombre. Muchos de los que presenciaban su show (por no decir todos) pagarían cualquier cosa por poseerla. La consideraban la hembra ideal. Y lo sería, si no fuera porque era el hombre ideal para Joe Parrilla.